Curves



Curvas sinuosas, laberintos interminables que se entremezclan en la oscuridad, levemente salvada por el tenue resplandor de una farola lejana.

Últimas palabras antes de la despedida, pero resultan de ellas un impulso más primario de buscar el calor ajeno, de hacerlo crecer hasta crear uno nuevo, mucho más dulce y maleable. Y ya no queda momento para los silencios incómodos, ni rastro de las miradas furtivas, todo eso quedó atrás en el momento que los ojos fueron cerrados para internarse en el universo de colores y sensaciones. Como dos ciegos buscando un nuevo brillo interno, dejando a la piel sentir con cada caricia y cada vello, pequeños filamentos sensibles a modo de diminutas antenas, anhelantes, impacientes, expectantes.
Y las masas se entremezclan en ambigüedades: frío y duro acero, caliente y blanda carne. Pero incluso ahora se ocupan o preocupan de seguir el fluir de sus líneas aerodinámicas. Torsiones que parecían imposibles, siendo ahora como un lazo alrededor de la máquina. Un marco perfecto para un paisaje nocturno que llega a su fin.

No se sabría distinguir quién es la presa, quien el opresor, puesto que la unión se zanjó hace tiempo como para recordar quien fue el artífice. Pero quien pudiera espiar por una rendija podría ver que semejante forma sinuosa moldea a la otra, agarrándola por las extremidades superiores, atándola a un abrazo que parece eterno, dejándola a su merced mientras fusiona su cuerpo cada vez más cálido, casi en ebullición contra el contrario. Y mientras las mitades inferiores de dichos cuerpos se acostumbran a moverse a un mismo ritmo, casi ritual, como el batir de las olas que preceden a una tempestad, en el piso superior se prueban los sabores de la miel con cierto toque picante. 

Y la avidez se hace la dueña del momento, y el hambre llama a la puerta de ambos, que comienzan a tomar a tiempos el cuello del otro, mientras las manos desatadas buscan explorar tímidamente nuevos horizontes, túmulos cada vez más erizados y anhelantes. Leves gemidos empiezan a emerger de las profundidades de las gargantas, y las manos acompañan cada toma de aire con una invitación para palpar dentro de las vestiduras,  primero dulcemente, y luego acompañando el ardor del hambriento, prestas a reclamar lo que es suyo. Y la rapidez se va haciendo dueña de la situación, y las piernas de pronto se vuelven casi un impedimento para dos mitades con hambre de conexión, obedeciendo el ritmo de un motor que va acelerando con cada mordisco, con cada gemido a medias contenido, con cada apretón de senos cada vez más duros e impacientes. Y el vapor se vuelve niebla en derredor de ambos, y las miradas se cruzan por un momento pidiendo sin palabras la concesión indispensable para llamar a las puertas de esas tierras inhóspitas. “Give me more”. Y la música en sus oídos fue el gemir acelerado de sus cuerpos entremezclados.





 _Mey_

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