Plagas y manzanas maduras


No soy ser que encuentre simpatía en exceso en los niños
ni me veo en la capacidad de tratar con ellos sin desesperarme.
No me he visto nunca como psicóloga clínica de descerebrados
que se cierran tras una pared de cristal y chillan sin razón.

La niña buena se está quedando sin reservas de energía
haciendo un quehacer por el que no le enseñaron,
ni se le compensa lo suficiente para olvidarlo
o tomarlo como escabrosos tratos aislados.

Sin insecticida que valga va saliendo poco a poco este enjambre,
se llevan por delante algo de sal mojada y vuelan resueltas
a encontrarse con una pared saturada de emociones y choques
de una niña en sus ultimas limitaciones que rompe con su huella.

El rastro perdido, la inocencia desamparada en una imagen,
y solo se conserva amargura y convencimiento
de que madura el verano y recae el invierno nublado,
nubes que no dejan ver el sol estacional, sin saber a donde van.

Sin pared que resista los maltratos, estas criaturas se van
volando a colarse en algún desván olvidado
transformando la alegría del mas osado en incipiente orgullo y vanidad
callando el pecado y gritando a voces el daño injustamente sufrido.

Vienen y van, insectos del ayer y hoy,
se cuelan en tu soñar y vuelven a mi,
gritan y malcrían a su antojo, sin dejar supurar,
sin dejar de acallar el enojo
y destrozando a la reina portadora
de este plaga de odio desvencijado.


_Mey_

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